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«El que está unido a Cristo es una nueva persona. Las cosas viejas pasaron; se convirtieron en algo nuevo»

(2Cor 5,17).

SI has tenido la experiencia de haberte unido a Cristo, seguramente has sentido la fuerza del amor, de la alegría, has percibido cómo te invade una increíble fortaleza para decir, para actuar, para sentir la plenitud de la vida. 

Esta sensación no dura mucho, si lo hiciera tal vez explotaría nuestra débil humanidad, entonces, poco a poco nos vamos enfriando. 

Vivimos un tiempo de frialdad generalizada, no podemos abrazarnos, ni ver las expresiones faciales de los demás y aunque nos vamos acostumbrando, sabemos que en algún momento fuimos “personas nuevas”, y si nos esforzamos, podemos ser otra vez mujeres y hombres nuevos, de corazón rebosante. 

La segunda parte de la cita nos dice cómo hacerlo: hay que dejar las cosas viejas atrás; deprendernos de las tonterías que atesoramos y que realmente nos atoran, nos invitan a ser superficiales.

Repasemos los objetos, los hábitos, las actitudes que nos corrompen y hagamos un plan para soltarlos; la humanidad nos necesita completos y listos para la acción. 

¡Seamos los nuevos cristianos capaces de mover al mundo hacia el amor!