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« Este himno laudativo debe ser cantado preferentemente, ya que al no cantarse pierde en buena parte su sentido alegre y festivo; lo canta toda la asamblea y solo excepcionalmente se podrá recitar ».

Se suprime en los dos tiempos litúrgicos preparatorios: Adviento y Cuaresma.

El Gloria es un antiquísimo y venerable himno ya plenamente conocido en el siglo IV d.C., con el que la Iglesia, congregada en el Espíritu Santo, glorifica a Dios Padre y al cordero, y le presenta sus súplicas.

Es una hermosa doxología o alabanza a Dios cuya fuente principal es la Sagrada Escritura, pero también la inspiración poética de las comunidades cristianas primitivas.

Ante todo, es una invocación trinitaria; es la forma en la cual la Iglesia, convocada por el Espíritu, alaba al Padre y suplica al Hijo, cordero y mediador.

Este himno laudativo debe ser cantado preferentemente, ya que al no cantarse pierde en buena parte su sentido alegre y festivo; lo canta toda la asamblea y solo excepcionalmente se podrá recitar.

Este himno se suprime en los dos tiempos litúrgicos que son preparatorios: el Adviento y la Cuaresma: el Adviento prepara la Navidad y la Cuaresma la Pascua.

Fuera de estos tiempos no se suprime por ningún motivo todos los domingos, en las solemnidades y fiestas y en algunas celebraciones de particular solemnidad.

Las tres celebraciones del año litúrgico en las cuales el Gloria debe de poseer un carácter más solemne y festivo son: la noche de Navidad, la Misa In Cena Domini y la Vigilia Pascual.

Se debe de respetar el texto oficial litúrgico, sin opción alguna de cambiarse por otro; su composición musical debe de ser de una extraordinaria sencillez y nobleza, resaltando más el texto que la misma composición musical.