« Al final, por gracia de Dios, me ‘rendí’ y volteando hacia el crucifijo, dije: ¡Venga! Si tú lo quieres, voy a ser sacerdote legionario »

Crédito. P. Miguel Esponda
Mi vida es una historia de salvación donde ha sido descarada la acción bondadosa, paciente, misericordiosa de Dios Padre.
Una de las bendiciones que más agradezco y puedo presumir es mi familia, una familia de diez, literal. Soy el octavo de diez hijos, cinco hombres y cinco mujeres.
A los 15 años me fui un año a estudiar y aprender inglés a una academia internacional en Dublín, Irlanda; fue un periodo de mucha maduración humana y espiritual, y tuve mi primer acercamiento con los Legionarios de Cristo.
Conviví con grandes sacerdotes y seminaristas de los que me impresionó la alegría y pasión con la que vivían, y a pesar de que nunca se me pasó por la cabeza el pensamiento de ser uno de ellos, pero sí creo que fue entonces cuando Dios preparó la tierra donde después sembraría la semilla de mi vocación sacerdotal.
Yo recuerdo que algo vi en la cara de los seminaristas que me hizo pensar: ¿qué tienen ellos que yo no tengo? Durante la Misa se me vino el pensamiento: ¿y qué si Dios me llama a ser sacerdote? Me asusté y quise olvidarlo pensando en otra cosa.
Entonces empezó un combate en mi interior que se prolongó toda la Misa; al final, por gracia de Dios, me “rendí” y volteando hacia el crucifijo, dije: ¡Venga! Si tú lo quieres, voy a ser sacerdote legionario’.
Ese verano, con toda la ilusión del mundo, entraría en el Seminario y empezaría la aventura de seguir a Cristo y prepararme para ser su sacerdote al servicio de los demás.